EL ORÁCULO DE DELFOS.



.J. Moratinos.

Me habían dicho que en el país donde otrora las ardillas podían ir, de árbol en árbol, de sur a norte de todo el territorio, vendría una terrible peste, algo así como las diez plagas de Egpto y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, todo en uno.

Alarmado, me fui a consultar al Oráculo de Delfos, en la sal adjunta donde residían los Siete Sabios de Grecia…

Estaba todo en penumbra, con mucho misterio. Una pitonisa parecía dirigir las operaciones. Un señor bien barbado, con una bola de cristal, consultaba a los misterios profundos del Olimpo.

Quise saber los l nombres de todos estos sabios, pitonisos, adivinos, expertos… ¡Cá, imposible!

Eran los expertos y basta.

En el exterior -lo vi desde uno de los ventanales-, un humo denso recorría la superficie, y lamentos y lamentos se escuchaban por doquier.

No podía ser un sueño, o mejor, una pesadilla: era una realidad.

Recé, pues desde la oración pueden venir todos los bienes.
Los expertos seguían con sus abluciones y ritos. Encerrados en sus profundos pensamientos, apenas puede yo averiguar algo de sus elucubraciones.

Salí del recinto y me protegí. Que ese humo que recorría el suelo, no me alcanzara.

Llegué por fin a mi hogar, mi dulce hogar.

No, no era una pesadilla lo narrado, era una realidad.

En el exterior, el faraón de Egipto dirigía sus ejércitos, tratando de contener el peligro. Pero estaba impotente. La fuerza superior, le atenazaba.

Como cada día, mi querida sobrina Teresa llamó al timbro. Y me desperté del sueño.

-Tío Chiri, aquí te traigo las provisiones de hoy, para que no salgas, que eres muy mayor y te necesitamos.

Yo soy del sector de los abuelitos, esos que parece que ahora estén cual tropas aliadas en el desembarco de Normandía.

-Gracias, Teresa ¡Qué buena eres conmigo!

Le invité al desayuno. Los dos, protegidos por las mascarillas correspondientes y a metro y medio de distancia.

-Hasta mañana, tío. Vendré con las provisiones.

-Y no te olvides -le dije- de traer pan y aceite, que veo van escaseando.

-Tranqui… -me respondió-.

En la tv, se mostraba cómo unos jerifaltes se decían de todo menos guapos, en un recinto a cuya entrada dos leones impresionantes mostraban sus fauces amenazantes.
Yo pensé, tras despedir a mi sobrina:

-Faz Divina, ¡misericordia!.

Y me dirigí a mi capillita de campaña instalada en mi casa, donde me arrodille y junté mis manos en humilde oración al Supremo Hacedor, a la Causa Incausada.

Esto en Alicante, a 24-4-20.

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