CADA LIBRO, UN RETAZO DE MI VIDA.




Con diversas vicisitudes y circunstancias, mi biblioteca particular ha ido conteniendo, desde que se formó, cerca de dos mil libros y manuscritos diversos.

En concreto, los libros, cada libro, me traen un recuerdo de lo que ya es una vida relativamente larga.

Iré trayendo en  cada exposición, rescatado del recuerdo y del anaquel en que está depositado, uno de los libros que más ha influido en mí o  que está más conectado con un momento de mi vida.

No seguiré ningún orden cronológico. Los iré citando conforme el recuerdo acuda a mi mente.

Hoy, el libro que comento es "La madre", de la gran escritora Pearl S. Buck, la laureada autora que, fruto de su larga estancia en China, escribió obras inolvidables.

Cada día, cuando yo tenia 14 y 15 años y estudiaba Preu, preparándome al tiempo en Murcia, en la Academia de don Gonzalo, en el barrio de Santa Teresa, al regresar sobre las 13 horas a mi casa en Vistabella, compraba el diario "Madrid".

Lo hacía en el establecimiento de prensa, libros y revistas de la calle Trapería, cerca de la Catedral. A mi madre (y a mí) le gustaba mucho ese diario, y sus artículos de fondo como, entre otros, los de Obregón y de Anguita.

Además, nos gustaba (especialmente a mí) los comentarios deportivos de Rienzi y los relatos policíacos de F. Hernández Castanedo (diplomado en investigación criminal). Creo que estos escritos de Castanedo constituyen una remota influencia en mí a la actual afición a la novela policíaca.

En ocasiones, en dicho establecimiento murciano compraba alguna novela, que leíamos con fruición mi madre Teresa yo. Una de ellas, es "La madre", de "Libros Reno". Le compré varios títulos de esa colección, que como ya he dicho anteriormente, nos gustaba mucho Además, tenían un buen precio, muy asequible.

La tierna historia narrada en la obra citada, me emocionó. Yo estaba (y estuve) siempre muy unido  a mi madre, y la lectura de esa gran novela, de todo un Premio Nobel de Literatura, me unía aún más a Teresa, la autora de mis días.

Casi siempre, en el recorrido que hago por mi biblioteca particular, esa senda cultural hogareña, echo una mirada a ese libro, le acaricio el lomo y le hablo (eso, algunas veces):

-Querido libro, ¿te acuerdas de aquellos momentos murcianos, tan felices?

Y me da la impresión de que el libro me responde, cono un ser querido de papel.

-Claro que me acuerdo, amigo mío -parece contestarme-.

¿No es verdad que a veces parece que los libros nos hablan?

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